top of page

¿Somos egoístas por naturaleza?

  • Foto del escritor: Prof. Cristian Giambrone
    Prof. Cristian Giambrone
  • 23 sept
  • 3 Min. de lectura
Caricatura de humanos egoístas señalándose a sí mismos
Caricatura de un hombre señalándose a sí mismo

¿Está en nuestra esencia ser egoístas y competir descarnadamente con el prójimo?

¿No hay tendencia natural a la cooperación, a la solidaridad, a la vida en comunidad?

¿Por qué algunos insisten, para legitimar las leyes de la oferta y la demanda, en que somos egoístas por naturaleza?


¿No será el egoísmo una conducta adquirida por el instinto de supervivencia en contextos amenazantes, mientras que en contextos amables, nos caracterizamos por una tendencia natural a la cooperación?


Si en nuestras sociedades predomina cotidianamente la conducta egoísta

auto-interesada, ¿no será así porque experimentamos amenazante un entorno en el que deberíamos sentirnos protegidos?


Existen dos posturas clásicas que se refieren a esta disyuntiva, ejemplificadas por Hobbes y Rousseau en las cuales, mientras para Hobbes debemos vernos, en un sentido social, como el resultado de un acuerdo cuyo origen es la desconfianza mutua, la lucha y el egoísmo, para Rousseau, por el contrario, somos individuos que se unen con otros de su misma especie con el fin de conseguir mayores objetivos mediante la colaboración y la confianza.


En la actualidad hay otras dos posturas representadas por el biólogo evolutivo y divulgador científico Richard Dawkins, por un lado, y el biólogo y zoólogo Colin Tudge, por el otro.


Dawkins, en su obra titulada “El Gen Egoísta” sostiene que los seres humanos no difieren de otros seres vivos en cuanto a cómo se comportan; este comportamiento se puede explicar únicamente en base a su biología. Según esta tesis, los genes persiguen tres objetivos: 1) la supervivencia; 2) la replicación; y 3) la fidelidad de la copia.


Por eso, Dawkins aboga por el egoísmo natural de los genes y su comportamiento competitivo, tomando el gen como unidad sobre la que opera la selección natural haciendo que, cuando alguien cree que está actuando de manera altruista con otro individuo, sea solo un aparente altruismo que esconde una conducta egoísta, dado que este comportamiento le reportará algún tipo de beneficio a él mismo.


Libro de Tudge sobre por qué los genes no son egoístas.

Mientras tanto, Colin Tudge, en su libro "¿Por qué los genes no son egoístas?" afirma que el primer error de los reduccionistas es pensar que el método científico es la única manera de comprender el mundo. De hecho, advierte que la interpretación de la selección natural darwiniana en clave egoísta es un error.


Atribuir intenciones humanas a los genes, como el egoísmo o la competitividad, no es hacer ciencia sino retórica. La vida es cooperación esencialmente y así se observa en la naturaleza; la selección natural se da incluso donde no hay conflicto. La adaptación al entorno no pasa siempre por la lucha y la violencia egoísta entre individuos.


La supervivencia se halla más bien en la aportación de cada una de las partes a la totalidad y no en el conflicto de las mismas. Es decir, que tipos de darwinismo social como el de Dawkins no son más que pseudociencia (darwinismo social) que se apoya en la ciencia demostrada (la evolución de Darwin) mediante una extrapolación no justificada en los hechos.


De hecho, “a través de la selección natural, primates y humanos han desarrollado áreas del cerebro que responden de forma placentera y satisfactoria ante la cooperación o el altruismo”, lo cual nos indica claramente que existe una base biológica para este tipo de instintos sociales.


En síntesis, si queremos comportarnos según nuestra naturaleza, no debemos olvidar que somos seres sociales y que nuestros cerebros poseen instintos socializadores, como la cooperación o el altruismo, claves en la evolución, la selección natural y en la capacidad adaptativa de nuestra especie.

Comentarios


bottom of page