La obsolescencia humana en tiempos de Inteligencia Artificial.
- Prof. Cristian Giambrone
- 6 nov
- 3 Min. de lectura
Desde el origen del capitalismo industrial, las élites económicas tuvieron a lo humano como mera variable relacionada con los costos de producción y la maniática búsqueda de aumentar la tasa de ganancia, mecanizando los modos de producción y ejerciendo la mayor presión para bajar los salarios al mínimo posible. No se consideró su humanidad, eran meros recursos, mercancías, insumos, pero no eran personas con dignidad.
Lo humano, para el capitalismo, siempre fue esa piedra en el zapato con la que hay que negociar constantemente y que por desgracia (para el capitalista) siempre termina por hacer, inevitablemente, más lenta la gran máquina de picar carne que es la economía de mercado capitalista.
En esta dirección, bajo este sistema despiadado y depredador, se consolida un axioma fundamental que reza así: “en todas partes en donde la eficacia de las máquina sea juzgada superior, y cualesquiera sean las máquinas disponibles, entonces esas máquinas terminarán imponiéndose”.1
Está claro que esta constante, frenética y vertiginosa incorporación tecnológica en los procesos productivos no se hace con criterios humanos, con la finalidad de servir a las personas haciendo más liviana la carga del trabajo y más cortas las jornadas laborales. La finalidad es meramente utilitarista, productiva y lucrativamente beneficiosa para ese puñado de plutócratas privilegiados.
Pero esto no es todo. Con la incorporación de las tecnologías algorítmicas y de inteligencia artificial, el peso del trabajo y la carga horaria no solo no se han reducido sino que se ha recrudecido en una dinámica que se dirige a aumentar tanto la plusvalía absoluta (hacer trabajar más tiempo y más rápido al personal por la misma paga) sino también la plusvalía relativa (lograr que el personal produzca más y más rápido por la misma paga, haciéndole incorporar tecnologías que aumenten su productividad natural).
Lo anterior ha dado lugar a la emergencia de un fenómeno en el que los individuos se ven continuamente forzados a incorporarse a los cada vez más veloces ritmos de producción que dictan los nuevos sistemas tecnológicos de gestión algorítmica, “llevando a la imposición de modos de existencia que proceden, la mayor parte del tiempo, de relaciones asimétricas de poder”.2
En otras palabras, lo humano está obligado a someterse a tales ritmos implacables si quiere conservar su fuente de mera subsistencia. De lo contrario, deberá exiliarse o ser cruelmente condenado al desempleo. Y como “nunca un humano estaría a la altura de trabajar con semejante ritmo ni con semejante nivel de regularidad y eficacia”,3 el resultado será la cada vez más rápida y masiva condena de lo humano a la condición de mera variable susceptible de ser declarada obsoleta. Ha llegado el tiempo de la obsolescencia humana.
Y entonces, ¿Qué es lo que podemos hacer ante este escenario tan amenazador y distópico?
Deberemos resistir para no perder nuestra cualidad más fundamental,
la del juicio -de la cual Hannah Arendt dijo que “es la más política de las aptitudes mentales de la humanidad”4- y luchar por adquirir una capacidad crítica que nos conduzca a una toma de conciencia que nos haga declarar un MANIFIESTO DE LA ACCIÓN POLÍTICA.
Un MANIFIESTO basado la noción de Arendt que sostiene que “el poder se deriva básicamente de la capacidad de actuar en común” sobre la base de una “opinión en la que muchos se han puesto públicamente de acuerdo”5
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*No se necesitan conocimientos previos.
NOTAS:
Sadin, Éric, La Inteligencia Artificial o el Desafío del Siglo, Ed. Caja Negra, Buenos Aires, 2020, p. 169.
Ídem. p. 171.
Ídem. p. 172.
Arendt, Hannah, Responsabilidad y Juicio, Ed. Paidós, Barcelona, 2007.
Arendt, Hannah, La Condición Humana, Ed. Paidós, Bogotá, 2025.
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