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El problema del Estado no es su tamaño


Edificio del congreso argentino
Congreso de la Nación Argentina

¿El problema es el Estado y su tamaño?


Diría que el problema del Estado no es su tamaño.


El problema con el Estado es la corrupción estructural y el robo sistemático en forma de préstamos en dólares fugados al exterior, o en forma de emisión monetaria y deuda interior para financiar el déficit Estatal por mala administración. Eso se soluciona con voluntad política, que se traduzca en mecanismos institucionales y legales anticorrupción bien severos, pesados, estrictos e inflexibles.


Con que el Estado no gaste más de lo que recauda, y a su vez, que lo que recaude se destine a inversiones en infraestructura y servicios rentables en vez de a pagar campañas electorales, hacer clientelismo populista, pagar coimas y/o llenar los bolsillos de los funcionarios es suficiente, incluso es lo que hace falta para convertirnos en una nación próspera.


Si el Estado tiene empresas rentables puede participar del mercado e incidir indirectamente en el sistema de precios con su tipo y calidad de oferta, como un competidor serio, pesado y competitivo, orientándolo a lo que considera digno, valorable, deseable.


Los Estados son los que otorgan y garantizan (o deberían hacer eso) derechos, y siempre que haya derechos hay responsabilidades concomitantes. Eso es también oferta y demanda (para los que gozan de esa lógica extrapolándolo a todo), pero en otro sentido: el Estado ofrece derechos, asistencias, servicios esenciales (o no), pero a cambio reclama (demanda) una contraprestación (por ejemplo, impone como condición una contribución económica).


Casi que podríamos decir que el Estado funciona, o debería funcionar, como una gran y gigante semi-cooperativa.


Ahora bien, si se garantizara (debe garantizarse eso) una verdadera división de poderes real y fácticamente autónomos, no debería haber conflicto de intereses entre normas, leyes, regulaciones de estándares de calidad, salubridad y sostenibilidad ecológica, etc. en el que sería el Estado el que pone las normas y condiciones de producción de bienes y servicios que lo beneficien en calidad de juez y parte porque participa como competidor en el mercado con sus empresas estatales.


Si hubiera real división de poderes, el legislativo es el que pone e impone esas regulaciones y estándares conforme a la razón y la evidencia científica disponible en el momento, y el Estado participaría como un competidor más en las actividades de mercado.

Pero para eso es sin dudas necesario y vital garantizar y promover (alentar, incentivar) la participación ciudadana directa y abandonar lo más posible el modelo de la representatividad.


La representatividad tiene similares y nefastas consecuencias, por su autoritarismo, verticalismo y discrecionalidad que la del modelo de empresa privada con sus dueños y sus CEOs: el despotismo y el afán desmedido de lucro (sea en forma de rendimiento electoral o monetario según uno y otro caso).


Esa forma de lucro tiene siempre como corolario la concentración de poder (político o económico, o ambos) en pocas manos.


Ya lo decía Adam Smith, el padre del liberalismo económico, en su famosa obra La Riqueza de las Naciones:


“El interés de los empresarios siempre es ensanchar el mercado, pero estrechar la competencia. La extensión del mercado suele coincidir con el interés general, pero el reducir la competencia siempre va en contra de dicho interés, y sólo puede servir para que los empresarios, al elevar sus beneficios por encima de lo que naturalmente serían, impongan en provecho propio un impuesto absurdo sobre el resto de sus compatriotas”.


Lo confirman, muchos años después, algunos datos económicos mundiales[1]:


  • “Desde el año 2020, y durante los primeros años de esta década, la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado con creces. Durante el mismo período, la riqueza acumulada de cerca de 5000 millones de personas a nivel global se ha reducido.

  • Si cada uno de los cinco hombres más ricos gastase un millón de dólares diarios, les llevaría 476 años agotar su riqueza conjunta.

  • El 1 % más rico de la población mundial posee el 43 % de los activos financieros globales.

  • El 1 % más rico de la población mundial genera tantas emisiones de carbono como los dos tercios más pobres de la humanidad.

  • Únicamente el 0,4 % de las 1600 empresas más grandes e influyentes del mundo se comprometen públicamente a pagar a sus trabajadores y trabajadoras un salario digno y a abogar por el pago de salarios dignos en sus cadenas de valor.

  • Una trabajadora del sector sociosanitario necesitaría 1200 años para ganar lo que un director general de una de las empresas de la lista Fortune 100 acumula en promedio en tan solo un año.”


El tiempo le dio la razón a Smith.


La solución, la propuesta alternativa al capitalismo está a la vista, un Estado como el que describo, que tome lo mejor de ambos mundos (socialista y capitalista) en el que la institución política no intente dirigir, con una falsa sabiduría omnisciente, los destinos del mercado (expresión de la voluntad de una población sobre sus deseos, necesidades y aspiraciones) interviniendo autoritariamente sobre las actividades comerciales por cuestiones de ideología que generalmente conducen a descalabros socioeconómicos nefastos, y que al mismo tiempo ponga en la mesa de conversación, a través de actividades comerciales de excelencia como un competidor más entre tantos otros, los valores del bien común, el servicio a la comunidad, la educación estatal de calidad, el servicio de salud pública que ponga en primer lugar la dignidad humana en vez de la billetera (en la que atiendan a personas y no meramente a clientes), el cuidado del medio ambiente y el respeto por la dignidad de la diversidad de los seres vivientes que habitan los distintos hábitats naturales, etc.


Todo eso nos conduciría, como propone Karl Polanyi en su obra La Gran Transformación, a crear comunidades humanas CON mercado, donde el intercambio comercial es una actividad más entre tantas otras igual o más importantes más allá de las cuestiones del lucro, en vez de ser meras sociedades (conjunto amontonado de individuos con relaciones interpersonales auto interesadas) DE mercado, y en definitiva, a sociedades más humanas.



 


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