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La EnseƱanza del Tutelaje

  • Foto del escritor: Prof. Gerardo Tozzi
    Prof. Gerardo Tozzi
  • hace 7 minutos
  • 16 Min. de lectura

Ilustración de un ojo gigante observando que

Ilustración de un ojo gigante observando que evoca temas de tutelaje, vigilancia, control social y conformidad.

Las sociedades perifƩricas (como en LatinoamƩrica) enfrentan serias dificultades para avanzar hacia sistemas de gobierno cuya base es el contrato social, ya se trate de sistemas democrƔticos o poliƔrquicos.


Sin embargo, no sucede lo mismo con los sistemas basados en el tutelaje. ¿Necesita el tutelaje contrato social? ¿Necesita el profesor que ejerce el tutelaje que se desarrolle el contrato didÔctico?


En la sociedad argentina el tutelaje es el sistema de gobierno de las aulas que se ha instalado y funciona en toda la sociedad.


De alguna forma hay una similitud entre el tutelaje en las aulas y en el gobierno, y la idea de rendición incondicional, según la cual, el sujeto acepta que se le anule su autonomía y se le sustituyan los valores que lo constituyen y lo sustentan. La rendición incondicional es el sistema mÔs claro de la implementación de un modelo de gestión basado en la identidad deteriorada.

De esta forma el tutelaje, a mi entender, se establece como un camino posible entre la rendición incondicional y la poliarquía.


El tutor y el tutelaje se constituyen en el regulador social y polƭtico necesario para poder seguir subsistiendo. En tƩrminos mƔs profundos, es lo que permite que se sobreviva en un contexto de derechos y garantƭas simuladas y deprimidas.


Este trabajo intenta explicar el por qué de la aceptación del tutor, su vigencia mÔs allÔ de los gobiernos militares y su persistencia en los períodos democrÔticos. Intenta explicar la incidencia en la construcción del tutelaje mÔs allÔ de los sistemas políticos imperantes.


Las distintas situaciones que Argentina ha tenido que transitar en los casi 200 años de su historia, no la han apartado del tutelaje formal e informal. El tutelaje es inherente a la sociedad argentina, y la distensión de la ley es inherente al tutelaje, de modo que Argentina puede ser caracterizada como un país fuera de la ley.


La idea y la prÔctica de estar al borde o al margen de la ley, es una característica propia de los países periféricos. Si la ley es un límite y un instrumento de regulación de los conflictos sobre la base de criterios, la ausencia o destitución de la misma como valor es el primer paso para inducir hacia la desorganización.


¿Cómo pudo el tutelaje promover un país sin ley? Porque nunca se discutió la validez del tutelaje sino el tutor de turno, y el problema mÔs grave lo trae el tutelaje exitoso para una parcialidad de la población.


Sin duda, si el tutor pierde la gobernabilidad y no tiene éxito, la situación de incertidumbre aumenta a grados peligrosos. Conviene, entonces, ir hacia la comprensión de un concepto vÔlido y sólido de tutelaje que nos permita avanzar en la propia concepción del sistema.


LA JERARQUƍA ES MƁS ANTIGUA QUE LA DEMOCRACIA.


Ante la posibilidad de establecer verdaderas democracias y salir de regĆ­menes que priorizan en forma desmesurada la jerarquĆ­a, se pendula peligrosamente hacia la anomia, haciendo que la democracia quede asimilada con esta Ćŗltima.


La ventaja es que los regímenes jerÔrquicos que se oponen a la democracia son confundidos por los antecedentes de regímenes corruptos, brutales e ineptos pero hoy, la ubicación de la jerarquía como factor de poder total es la que suaviza los modos y persuade a la chusma desconcertada de que la participación sin efecto es sinónimo de democracia.


El principal aliado del tutelaje jerÔrquico es la propia incapacidad de la democracia para resolver los problemas mÔs cotidianos. La fuerza del tutor radica en declararse conocedor y hacedor del bien común. Esta declaración degrada la condición de pueblo a la de chusma desconcertada, y la relación carismÔtica de tutores líderes se transforma en el único vehículo de comunicación con el pueblo.


A medida que el desconocimiento aumenta y los individuos se vuelven mƔs ignorantes, los tutelados confirman su identidad deteriorada y los tutores su identidad constituida a partir de ser los que, por derecho y competencias, son responsables de gobernar.


En esta situación comienzan a aparecer procesos, axiomas y apotegmas destinados a calificar al sujeto que debe ser considerado para gobernar. Esta calificación de quien es apto o no para ejercer el gobierno, sustituye la idea de que gobernar radica en conocer cuÔl es el bien de la comunidad o de la polis por la capacidad de mantener la inequidad a través del fortalecimiento de la debilidad emocional.


La solicitud de la mayoría de que las idoneidades morales, políticas e instrumentales son exclusivamente relativas al tutor y al sistema de tutelaje, es una falacia. Si los que gobiernan no tienen en su poder estas idoneidades, deben establecer una sobrevaloración sobre las ideas jerÔrquicas. Así, la jerarquía se convierte en la base de comando de sistemas burocratizados que luego dan origen a una base organizacional de tutelaje.


Una vez que esto se instala, el tutor -consciente de aquello que realizó y como referente de un grupo corporativo que se considera idóneo para el gobierno-, requiere de un sistema económico, productivo, omnipotente y omnipresente que consolide la necesidad del tutelaje.


El sistema educativo en su conjunto se constituye como el sistema que, ademÔs de consolidar esta necesidad, ejerce el control, persuasión y regulación de los conflictos para que la chusma desconcertada no se convierta en pueblo y no se de cuenta ni que es una chusma ni que estÔ desconcertada.


Una sociedad que sufre de anomia boba y cuya identidad se encuentra deteriorada, debe encontrar un sistema que impida, por medios de simulación humanitarios, la constitución de la identidad. Esto es logrado a través de la titulación, jerarquización y aprobación de los individuos sin competencias y sin idoneidad.


Se produce entonces el derecho al fracaso y la prohibición del éxito. El tutor, como referente y testaferro del grupo de los responsables, explicita el derecho y la universalización de la oferta educativa, y aquel que toma la oferta cree -en su buena fe- que la escuela es el vehículo de promoción social. Sin embargo, graba como el mÔs certero de los aprendizajes el derecho a aprender a fracasar.


La selección de las idoneidades para el gobierno, que se hace como respuesta para controlar a la chusma desconcertada, implica atenazar a los sujetos entre el terror económico y el consumo masivo de estupidez. Es aquí donde entra la opinión pública y la formación de la idea sobre el ejercicio de la política. Para poder demoler el antiguo edificio escolar que surge como resultado de los estados modernos, el sistema de tutelaje debe hacer uso de los medios masivos de comunicación, promoviendo los temas irrelevantes o una relevancia única. Las vidas privadas pasan a ser ejes del conocimiento público.


La dispersión a través de idoneidades bastardas hace que la sociedad devalúe la educación y quede atrapada en un simulacro educativo donde cada clase trabaja para consolidar el tutelaje. Esto nos dice que el tutelaje no sólo se formula y se desarrolla en el sistema educativo formal, sino que en el informal se despliega todavía con mÔs poder y mayores resultados.


Existe una poderosa relación entre la anomia, el hiperpresidencialismo y la situación de los contratos pedagógicos que las instituciones educativas ejecutan.

La tendencia y la historia de la institución presidencial hipertrófica, hace que todo tutor carismÔtico se recubra de un cargo con atribuciones desmesuradas, y el primer lugar donde existe un ejercicio anómico de estas atribuciones es el interior de las aulas, dada por la ausencia o ruptura de todo tipo de contrato didÔctico.


Habría una conexión en una línea de tiempo entre el profesor que ejerce el tutelaje, el dirigente intermedio que ejerce el tutelaje, y la cúspide de gobierno que ejerce el tutelaje de todo el país.


Ahora, si todo sujeto puede generar un atajo extra-constitucional, ¿por qué un alumno o un profesor no actúan en la misma dirección? De aquí se desprende que la jerarquía sea mÔs antigua y mÔs poderosa que la democracia y, por lo tanto, es el rival mÔs poderoso que esta última tiene.


LA DISTRIBUCIƓN DE LAS IDONEIDADES EN EL TUTELAJE.


El tutelaje sólo distribuye las idoneidades instrumentales para su propia existencia, reservÔndose para sí las idoneidades morales y políticas como atribuciones de gobierno.


La socialización de las idoneidades para gobernar y otorgar sentido a las acciones es el único aspecto que el tutelaje jamÔs acepta compartir.

De este modo, la socialización de las idoneidades es efectuada por el sistema educativo, el cual se convierte en el regulador de las mismas, sean estas políticas, morales o instrumentales.


Aquí, el tutelaje tiene la necesidad de separar la formación instrumental de la formación y gobierno del sentido de las cosas y de las emociones. El actual sistema neoliberal actúa encapsulando a la clase política para que regule las idoneidades morales e instrumentales, de modo que la condición de pueblo se convierte en una chusma dedicada a lo instrumental y desconcertada en lo político.


Esto puede asociarse al concepto de Ulrich Beck en ā€œLa sociedad del riesgoā€ que establece la idea de estación fantasma, la cual supone la idea de formación sin ocupación. Aparece aquĆ­ una idea nueva en el tutelaje: cómo crear idoneidades morales y/o instrumentales para un mundo sin trabajo.


A partir de la creación de idoneidades sin sentido, el tutelaje se enfrenta a la identidad deteriorada del sujeto excluido, innecesario y con empleo discontinuo. Por último, el tutelaje debe asumir que si la adultez ya no estÔ relacionada con la empleabilidad, no queda mÔs remedio que prolongar la adolescencia, y es aquí donde la escuela puede convertirse en un jardín de infantes para adolescentes.


Los primeros años de la universidad no estarían exentos de esta situación. También un fuerte discurso moral que raya en la metafísica y una poderosa idea de formación instrumental, con la ilusión de la empleabilidad, genera un gobierno tutelar que, si no roba en demasía, puede regular los conflictos.


El sistema, entonces, hace dos ofertas muy claras: la ideológica o moral y la instrumental. Desde la oferta moral y/o ideológica, la posición de anti-derecha o anti-izquierda como reclutamiento de restos de clase social. Desde la oferta instrumental, ofrece la mÔxima competencia como un resguardo de la empleabilidad.


De modo que la discriminación de las idoneidades se consolidan en el sistema educativo que funciona como un fuero propio y al margen de la ley. Así, la ruptura y/o la ausencia de contrato didÔctico puede, desde las ofertas educativas, formar la imagen del mundo que se quiera.


El tutelaje, entonces, ya no es sólo una herramienta o un sistema de gobierno detrÔs de una fachada democrÔtica, sino que es también un sistema de vida detrÔs de una fachada jurídica de igualdades, fraternidades y supuestas libertades.


EL HOMBRE PROMEDIO NO ESTƁ CALIFICADO PARA GOBERNAR.


La idea de que el hombre común no estÔ preparado y/o capacitado para gobernar fue, durante bastante tiempo, potestad de las oligarquías y de las aristocracias. Pero en el estado post-social actual, sostener la idea de que sólo algunos pueden ser capaces de gobernar, es mucho mÔs complejo.


De modo que si alguien intenta romper dicho paradigma, debe estar dispuesto a romper las reglas no escritas y todas las vallas legales y burocrƔticas que se hayan construido.


Persuadir, en la modernidad reflexiva, que sólo algunos tienen la capacidad de gobernar y que a todas luces lo hacen bastante mal (a juzgar por los resultados de inequidad social que hay), es harto difícil.

Pero la paradoja o la contradicción consiste en que, a semejante universalización de la oferta educacional, la misma masa que es incorporada al sistema educativo, acepta la teoría del tutelaje en donde el hombre común no adquiere las capacidades mínimas para gobernar.


Esta dicotomía hace que la idoneidad moral y la idoneidad instrumental sean el eje de la oferta educativa. Así, podemos ofertar una escuela técnica sin política industrial o tecnológica. Ofertas educativas instrumentales y/o morales en países políticamente a la deriva.


Es aquí donde encontramos el resultado de la contradicción entre el discurso y la realidad. Una serie de ideas sobre los derechos y obligaciones son las que gobiernan las conductas, pero las mismas se adquieren en forma consuetudinaria y por momentos despenalizadas. Hay despenalización de la situación escolar, producto del desentramado laboral y económico.


Ante la concentración de la idoneidad política en una clase oligÔrquica que regula el sistema de oferta educativo, la ausencia de políticas impide la evaluación de las competencias. La idea es hacer de todos los hombres la situación mÔs común que se pueda lograr. Hacerlo un irresponsable político y moral es el reaseguro del tutelaje, lo cual se logra distribuyendo acertadamente las idoneidades instrumentales.


DEL TUTELAJE A LA POLIARQUƍA Y DE LA POLIARQUƍA A LA DEMOCRACIA.


Si el tutelaje sólo nos conduce a la sociedad del riesgo, en la cual todavía podemos mensurar las inseguridades, la caída del tutor en una ruptura de la bisectriz de regulación del peligro, nos puede llevar a la sociedad del peligro en la cual, no se pueden mensurar las inseguridades.


Sería conveniente, entonces, avanzar en contra de la fachada democrÔtica organizando un sistema poliÔrquico donde la regulación de la tensión social sea producto de la respuesta a los intereses y costos de todos los integrantes de la sociedad.

Este camino al sistema de la poliarquĆ­a supondrĆ­a detener el efecto de deterioro de la identidad, asĆ­ como la incapacidad de construir y ejercer idoneidades polĆ­ticas.

La poliarquĆ­a podrĆ­a asegurar una sociedad de riesgo en la cual las competencias sean congruentes con las inseguridades, alejando a los individuos y a la sociedad de la sociedad del peligro.


Para entender el estado actual del ejercicio del tutelaje constituido en las aulas de los ciudadanos latentes y ejercido en la clase gobernante (tanto política como económicamente), se deben analizar, a modo de conclusión, dos elementos centrales:

  • El modelo de gestión de la sociedad argentina

  • El miedo al Ć©xito y la pasión por el fracaso.

Conclusiones.


La construcción de un sistema formal de tutelaje requiere no sólo que se impida la constitución de identidades sino que se fortalezca su deterioro, imposibilitando cualquier forma de organización.


La consolidación y reproducción de este sistema tutelar se establece a partir de la enseñanza del fracaso y el establecimiento de modelos de gestión tendientes a negar nuestras experiencias y deconstruir nuestro origen. El eje de nuestra identidad deteriorada se encuentra en la descalificación de estas experiencias y conocimientos.

La combinación entre el modelo neoliberal y los grupos formados en la universidad, hace que si lo que estudiamos no se vincula con la realidad, las propuestas tendientes a constituir la identidad del pueblo, inexorablemente fracasen.


MƔs tarde o mƔs temprano serƔ necesario empezar a realizar las cosas de acuerdo a nuestra propia realidad y experiencias, dejando de renegar de ellas.

Si no se soluciona primero la identidad y se la constituye, es poco probable que se pueda definir y actuar con sentido. El sentido de las cosas puede ayudar a constituir la identidad, pero debe haber un claro andamio adulto y un presupuesto de costos que nadie debe dejar de pagar. Una vez definido el sentido, se pueden establecer metas y objetivos y desde allĆ­ intentar detener el deterioro de la identidad.


El primer punto de la identidad constituida es no aceptar jamÔs que parte de la población sea sometida a la rendición incondicional. Es mÔs, debe intentarse por todos los medios que todos se opongan a esta rendición por ellos mismos, por los demÔs y por el desarrollo del país.


Durante los últimos 70 años la sociedad argentina se ha acostumbrado a vivir gobernada de esta forma, la ciudadanía se basa en aceptar la gestión de los sujetos responsables y de la chusma desconcertada, todo lo demÔs es una fantasía.


En esto hay una tríada perversa que permite el desarrollo del sistema: una educación neutral, una serie de medios de comunicación orientada a la estupidez y un desempleo creciente o trabajo discontinuo. Esta tríada logra educar e inculcar que todo sujeto no puede proyectar jamÔs ninguna de sus expectativas.


Si entendemos el desarrollo como una forma de vida exitosa, el anƔlisis y el estudio del Ʃxito como conducta y aprendizaje logrado es realmente importante.


¿Por qué los países periféricos no tiene el éxito del desarrollo?

¿Qué los hace rechazar la consecución del éxito?


Los procesos de educación en el fracaso parecen superar con creces a los procesos de educación en el éxito. El miedo y su posterior rechazo al éxito se consolida en el imprinting cultural desarrollado por la familia (nacidos para perder).


Cuando la sociedad, y su célula degradable que es la familia, son inculcados en el concepto de que perder es una virtud y ganar es un vicio; se puede aceptar la pérdida del trabajo, el estudio, la jubilación y la casa porque son caminos para ir al cielo y no al infierno.


La metafísica demagógica de la jerarquía y de la ignorancia religiosa colaboran con la ideología oligÔrquica para que el pueblo, en su enorme mayoría, crea y eduque en la idea que perder es lo bueno y que no es lo que el pueblo puede hacer o aspirar.


La definición de éxito se encuentra distorsionada y esto hace que se la asocie con el hurto, los corruptos o los ladrones. Los sujetos, detrÔs de un discurso de fuerte consonancia entre el esfuerzo, el trabajo y el desarrollo, tienen bienes materiales difíciles de justificar cuando se evalúan los ingresos de dicho esfuerzo y trabajo y no coinciden con los resultados.


Y, finalmente, los medios y el populacho ignorante, determinan que esta situación de inimputabilidad y de amoralidad asumida y valorada, es el éxito. Cuando esto se transmite en términos culturales, la sociedad pierde el horizonte del desarrollo y aborda en forma equivocada esta idea de éxito, poniendo en funcionamiento procedimientos de corte mafioso o bandolero que perpetúan esta situación mÔs allÔ de la generación presente.


La coyuntura, la presión por escasos recursos y la mediatización de formas de vida inalcanzables, hace que el trabajo no pueda ser presentado como la herramienta principal del éxito puesto que el desempleo, el empleo discontinuo, y los salarios de pobreza demuestran empíricamente que trabajando no hay desarrollo.


La pasión por el trabajo como identificador social, que es un identificador de identidades constituidas, termina siendo un instrumento de identidades deterioradas.

Las competencias, en el mejor de los casos, crecen en forma aritmética, y las necesidades crecen en forma geométrica, siendo muchas veces, creadas por el mercado. Esta situación se torna fracasada de antemano porque se le plantea al individuo una vida destinada a creer que, haga lo que haga, jamÔs podrÔ cubrir estas necesidades.


El abandono de los estudios, la apatía, la falta de perseverancia y la compulsión al gasto y la compra como identificador social, lleva a la persona a consolidar el fracaso como procedimiento y como resultado normal y natural.


Alterar el concepto de éxito y reubicarlo como logro en la acumulación de los resultados del estudio y del trabajo, es un desafío estratégico. No lograrlo puede llevar al conjunto de la sociedad a conformar, para muchas generaciones mÔs, la identidad deteriorada.


Esta relación entre trabajo y éxito también se da entre trabajo y fracaso, y éste también ha mutado en su definición y concepto. El sistema de dominación social requiere que nadie logre romper las reglas, en caso que las hubiera. Si esto es así, sólo se podría luchar para romper las reglas en las sociedades desarrolladas donde las leyes no sólo son claras sino que funcionan en el campo operacional de la sociedad.


Sin embargo, como dijéramos al comienzo de este trabajo, en los países periféricos la idea y la prÔctica de estar al borde o al margen de la ley, es una característica inherente a sus sociedades, siendo este un factor coadyuvante en la inducción hacia la desorganización de poblaciones que no pertenecen al mercado.


Si el mercado no puede justificar su ausencia de sentido, y las personas lo enfrentan solas, individualmente, desvalidas y sin redes; el apotegma de los poderosos ā€œpara nosotros todo para ellos nadaā€, es totalmente victorioso; y la amenaza de un grupo organizado desaparece y, con ello, la posibilidad de una distribución de la riqueza en forma justa e igualitaria.


La desorganización es la base de la dominación. Cuando las sociedades se desequilibran en un nivel cercano a la muerte, se debe actuar igual a como se hace con un enfermo en terapia intensiva: extremar los cuidados y trabajar en una lógica de equipo superlativa.


Si los recursos se usan mal o a destiempo, y los recursos humanos se agrupan mal, seguramente el enfermo crítico se muere. De modo que la organización entre los recursos humanos, su tecnología dura y blanda, y sus recursos materiales, es la base de su desarrollo.


La incapacidad para organizarnos es la base de toda derrota con el mercado. Cada organización que se desorganiza y se desintegra, es posible que envíe un individuo mÔs al sector de los superfluos o futuros indeseables e innecesarios.

La gran población de innecesarios responde a una organización de la distribución del poder que se traslada a una escala de desarrollo insustentable con la supervivencia de la especie a largo plazo y con conflictos de una violencia metodológicamente basada en el terrorismo de la sociedad de riesgo.


Los innecesarios son, por naturaleza del sistema, inducidos y educados en la organización fracasada. La organización fracasada estÔ por delante de la desorganización ya que deja la enseñanza de la situación fracasada y sus costos. Como efecto secundario, también actúa como un poderoso destructor de las relaciones humanas, generando una convivencia inestable y de mÔxima tensión.


El acceso y la valoración de la democracia y la república como modelos reales de organización social, política y económica, sólo son posible si la distribución de los costos y la riqueza que la misma produce son equitativos, justos y apropiados.

La democracia sin trabajo es el soporte de la paz sin justicia y se transforma en un régimen apropiado para que los mercados eliminen la tensión con el sector de los innecesarios.


La referencia y distinción entre excluidos e innecesarios se desprende de la imposibilidad de retorno de los sujetos fijados en la sociedad de riesgo. Esto hace que la clase dominante en términos económicos, no requiera nunca mÔs de estos sectores, tengan o no competencias de empleabilidad.


La identidad deteriorada llega a sus lĆ­mites de tolerancia cuando el individuo se acepta como innecesario.

Ante esta situación, la democracia es un imposible y termina siendo el germen justificador de regímenes autoritarios. Los regímenes democrÔticos que fracasan siguen estos principios y objetivos, se inculcan en la gente como un modelo inviable que destruye la cohesión social y la proyección de la sociedad.


Una democracia cuyo mayor logro es ofertar innecesarios, empleo discontinuo y educación, salud y seguridad social deficiente, sólo puede evolucionar a una finalización de su propia existencia como sistema.


La bisectriz que la sociedad toma entre la sociedad de los innecesarios y los que gobiernan de facto, es la creación de sistemas políticos de tutelaje como sistemas de control social tendientes a hacer coincidir el sistema de desempleo con el régimen de la democracia. El tutor es la asistencia de los innecesarios.


El origen del tutelaje, que en sus comienzos puede darse para asegurar la supervivencia de los individuos, se continúa con el tutelaje de las oligarquías terratenientes, avanza con el tutelaje de los generalatos, luego con los tutelajes populistas y, por último, los tutelajes tecnocrÔticos. Finalmente, la carencia del tutor apropiado, genera una situación de ingobernabilidad que raya en la violencia.


Si el fracaso con tutor es el tutelaje y la democracia no es sustentable como éxito de distribución de la riqueza, el futuro es anómico y dudoso. En un escenario anómico y de enormes incertidumbres, la sociedad no puede discriminar qué es éxito y qué es fracaso.


El tutor define el éxito y/o el fracaso de acuerdo a la necesidad de poder que esté requiriendo para seguir gestionando. La sociedad de peligro en la cual no se pueden medir las inseguridades acentúa dicha situación.


Los sujetos anómicos se mimetizan en un grotesco organizacional que simula cierta productividad. El proceso es finalmente convertido en un régimen donde fracasar ya no es distinguible por nadie y la realidad no es percibida mÔs que a los ojos del tutor.


De modo que una sociedad que no puede definir el éxito y el bien común, es probable que sólo logre el fracaso.

Desandar el tutelaje es una tarea titÔnica, de una estrategia educativa a largo plazo, referida a una distribución de idoneidades mucho mÔs equitativa y distributiva que nos acerque a nuestros verdaderos ideales ciudadanos.


Desandar este tutelaje en los medios de comunicación, sólo podrÔ lograrse si cada aula que se encuentra en clase, puede ser instrumento de formación ciudadana. Si la sociedad civil es inherente a los ciudadanos, y se basa en la idea y ejercicio de norma y contrato, la escuela puede, seis horas por día durante todo el año, enseñar y operar el contrato didÔctico como soporte del contrato social.


De esta forma, avanzaremos de la desformalización del tutelaje a la formalización de la verdadera democracia.

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